Catia no es un sitio, no es un espacio; es un lugar. Es una mirada. Es un
gesto. Una complicidad. Un código.

Los catienses tenemos areté. Igual te salpica el sudor del esforzado carretillero que el del choro, que veloz serpentea y se mimetiza en su original dimensión. Catia, la mía. Y ¿cuál otra? Si yo soy, es en ella. Catia, la encrucijada sideral del beso profundo y sexual en un recodo del callejón; el relincho placentero del éxtasis. Catia, el esfuerzo rebelde y libertario sin fin.
Catia, mi canto; a no sé cuántas mil voces.
Tribuna de proxenetas, de
heroicas mujeres de bronce y miel, hacedoras de hombres de tierra, café negro y
arepa, y, todo... todo mezclado con madrugadas donde a falta de sol brillan con
su propia luz. Y digo luz y no veo otra que la tuya Catia. Cerosa,
enceguecedora, amarillenta, como la de tus nocturnas calles, donde aún están
frescas las huellas de tus habitantes primarios - donde con buen ojo
podemos encontrar, aún, trozos de envenenadas flechas u oxidados y vencidos
yelmos - aquellos que de cuando en cuando vemos cruzar esquinas o sonreírnos
desde las ventanas de los autobuses-reliquias de los Magallanes, fornidos
dinosaurios impertérritos ante el zigzagueante zumbido de las motos.
Catía la tribu. Catia el quilombo. Catia la trinchera. Catia maná.
Catia tinta y pólvora... Catia el eterno y divino conflicto. Catia, donde Alí
Baba reclutó a uno de sus cuarenta ladrones. Catia, la ciudad de más de cien
millones de habitantes, donde usted encuentra lo que busca y lo que no también:elefantes verdes, balas de plata, hombres de tres ojos y mujeres que paren
gladiadores y amazonas en partos morochos. Yo que he amado a Catia. Yo que he
sido amado por Catia. Yo que he fornicado en Catia; les confieso que es como
hacer el amor con una galaxia. No exagero.

Autor: Henry Rojas
No hay comentarios.:
Publicar un comentario